Tradición y vanguardia son dos conceptos que se acercan a una definición de su trabajo. El actual director artístico de la Compañía Nacional de Teatro,  poeta, dramaturgo, ensayista, director de teatro y pedagogo Luis de Tavira, conversa sobre su acercamiento al teatro y la escritura, sus primeros trabajos, maestros, libros favoritos, su proceso creativo, su visión del teatro mexicano, su vida cotidiana y sus sueños. Este 1 de septiembre Luis de Tavira cumple 65 años.
-Don Luis de Tavira, como su ensayo lo dice: ¿Qué implica hacer Un teatro para nuestros días?
Es una pregunta que tendría que contestarla pensando qué pasaría si no lo hiciéramos. Qué sería de la sociedad, qué sería del mundo y de los seremos humanos sin ese espejo sin el cual no podríamos saber quiénes somos. El teatro nos convirtió en espectadores de nuestro acontecer. Nos permitió concebirnos como persona. Entonces el teatro es nuestro espejo, no podemos vivir sin nuestro espejo porque no sabríamos qué somos o cuál es el significado de lo que hemos hecho. Gracias al teatro es posible descubrir y vislumbrar hasta lo que en nosotros es invisible. 
-¿Dónde localiza usted la raíz de toda su obra?
Fueron dos experiencias: una cuando empecé a jugar al teatro y otra cuando fui por primera vez espectador del teatro. La primera vez que fui al teatro fue a una función escolar al Auditorio Nacional y me tocó ver un espectáculo deslumbrante que se trataba de José María Morelos y el Sitio de Cuautla, específicamente era el episodio del niño artillero. 
Se trataba de un montaje del maestro Ignacio Retes y de pronto sobre el escenario irrumpieron caballos y en el momento más climático, explotó un cañonazo prodigioso y yo me quedé muy impresionado y asombrado de eso que sucedía en el escenario. Por eso en mi carrera ha permanecido la obsesión por la presencia de los caballos sobre el escenario y de los cañonazos y disparos, cosas que probablemente le debo a esta primera obra que me tocó ver. 
-¿Cuáles fueron sus primeros trabajos?  
Empecé a hacer teatro sin saber que lo que hacía era teatro. Pertenezco a una familia en donde fuimos muchos hermanos y nosotros decíamos que jugábamos al cine, pero en realidad lo que hacíamos era teatro. A veces lo que hacíamos era que íbamos al cine y al regresar rehacíamos la película, nos repartíamos los papeles y de pronto inventábamos otro final o invertíamos las acciones y entonces jugábamos al teatro, no le llamábamos así, sino decíamos que eso era cine.
Después llegué al Instituto Patria en donde estudié toda mi formación previa a la universidad. Era una escuela de maestros jesuitas y ellos siempre consideraron importante el teatro dentro de la educación y ahí me topé con un maestro jesuita, un poeta muy notable, Mauricio Brehm, quien fue el primer director con el que yo trabajé, porque en la escuela había un grupo de teatro con el que hacíamos diversas obras.
Ingresé a la Compañía de Jesús, pues quería ser jesuita, y llegado el momento de la formación que se destina al estudio de los clásicos para el aprendizaje del griego y del latín, ahí me encontré con un gran maestro de griego que nos enseñaba leyéndonos a Sófocles, entonces al llegar al examen de griego propuse que mi prueba consistiera en una puesta en escena de la obra Antígona de Sófocles y como eran los tiempos de la apertura y de la innovación, me permitieron hacer mi examen con un montaje que realicé con mis compañeros de forma muy estricta tal y como sucedía en el teatro griego: con actores con máscaras. 
Algo vieron mis maestros jesuitas que para la siguiente etapa me destinaron a estudiar teatro como misión en la UNAM. Debía haber entrado a la Facultad de Filosofía y Letras a donde me inscribí en septiembre de 1968, pero no pude en ese momento porque antes de que entráramos nosotros, entraron los tanques y las clases ya formalmente pudieron restaurarse hasta 1969. Ahí en la facultad me encontré con muy notables maestros que hicieron de mí un hombre de teatro.
-¿Quiénes fueron esos maestros?
Tuve una fortuna muy grande porque me tocaron estupendos maestros entre los que podría citar a Margo Glantz, Adolfo Sánchez Vázquez, Ramón Xirau, Luisa Josefina Hernández y Carlos Solórzano. Pero sin duda el maestro definitivo, el que me convierte en una persona completamente del teatro es el maestro Héctor Mendoza, que impulsó mis primeros trabajos como director.
-Usted estudió letras clásicas, filosofía y arte dramático, ¿cómo se decidió por la dirección?
En el teatro se cae en la ilusión de que uno elige su lugar, entonces uno decide que quiere ser actor o decide que quiere ser escenógrafo o escritor y no es así. Uno no elige al teatro, es el teatro el que lo elige a uno y el que lo pone en su lugar. Esto quiere decir que el lugar que el teatro le asigna a uno es aquel sitio en donde uno hace mejor las cosas.
Yo nunca quise ser director, tampoco actor precisamente, pero entendí que si yo quería entender la esencia del teatro tenía que experimentar la actuación. No era mal actor y podría haber sido uno muy bueno. El maestro Mendoza que me dirigió en mis primeras obras, en las que participé profesionalmente, decía que podía llegar a ser un estupendo actor cómico y eso lo creí porque lo experimentaba cada vez que entraba a escena y el espectador se reía y festejaba lo que yo hacía a pesar de que yo lo hacía muy seriamente.
Sin embargo, mi intención era otra. Yo quería ser un investigador teórico, hermeneuta del texto dramático o maestro del teatro y entonces el teatro me puso en mi lugar. Me vi forzado a dirigir porque era una exigencia del plan de estudios y resulta que eso era lo que mejor hacía. Desde entonces entendí también que la dirección no era compatible con ser actor u otra cosa, con ser autor sí y con ser maestro también, sobre todo el director como lo entendemos a partir de la modernidad. 
Una vez que comencé a dirigir ya no me quedó ninguna duda de que ese era mi lugar y desde mi primer examen de dirección a este momento, no he dejado de hacerlo. Ya perdí la cuenta de cuántas puestas en escena he realizado, las que he podido consignar en la memoria y citar en una lista rebasan las 100 y no tengo tantos años, simplemente sólo más de 40 años dirigiendo.
-¿Cómo es su proceso creativo? 
Nunca es igual y en las etapas de la vida va siendo distinto. Lo importante para mí es el grupo. Hay varias maneras de proceder, el productor habitual o el iniciador de la acción teatral, el que va a convocar suele pensar yo quiero montar está obra, ¿con quién? y yo siempre me planteo, somos estos, ¿qué montamos?, hoy, aquí y para quién. Todos los que hacemos teatro hemos salido a la búsqueda de un espectador y no vamos a descansar hasta encontrarlo y no es uno, ni el mismo siempre, ya que es el teatro el que se encarga de eso y yo simplemente cumplo con mi parte. 
-¿Qué temas le interesan explorar y retratar en sus obras? 
Para mí el teatro no tiene temas como la vida misma. El teatro es el arte de la vida. Por eso el teatro no es el desarrollo o la exposición de un tema, puede tener, pero no uno sólo, ya que siempre que le adjudicamos un tema a una obra la estamos reduciendo a una apretada síntesis muy artificial. 
Lo importante del teatro es el tono, es decir, aquello que relaciona la representación con lo que se quiere representar. El teatro obedece a una urgencia de comunicación. El teatro es un ángel, el ángel necesario que difícilmente se atiende. El problema del ángel necesario es que su mensaje tiene que ser dado en el aquí y ahora, y la gente siempre está futurizándose o está fijada en el pasado. 
El mensaje que el ángel ha de dar es en el aquí y ahora del escenario. Digo ángel, utilizando el sentido original de la palabra: “ángel” que en griego quiere decir “mensajero”, el que es portador de una voz, de un mensaje indispensable, que si se atiende casi siempre podría traducirse como un llamado que el teatro hace al espectador: tu vida tiene cambiar. 
-Si el 90 por ciento de los mexicanos no conoce el teatro, ¿qué se debe hacer para llevárselo a quienes nunca lo han visto?
Decía Rodolfo Usigli que un pueblo sin teatro es un pueblo sin verdad… pero ¿de qué verdad estamos hablando?, no es la verdad de la ciencia o del periodismo, sino una verdad reservada al teatro qué es el espejo que nos dice quiénes somos y qué es lo que nos sucede. Hacemos teatro para entender la existencia. 
No habrá México mientras no aparezca en la dimensión del teatro, pero es cierto, el 90 por ciento de los mexicanos no lo conoce, entonces ¿qué estamos creando los que hacemos teatro?… creo que tenemos que cambiar y darnos cuenta de que nuestro objetivo común es formar al espectador nacional y no formarlo donde hemos insistido qué es en las concentraciones urbanas y en los centros de la alta cultura, cuando la realidad de México está dispersa en las pequeñas ciudades, en las aldeas en donde viven las comunidades cálidas.
Cuando uno deja las grandes ciudades y se lanza a los caminos de las pequeñas aldeas donde la gente no conoce el teatro, y ahí llevamos y hacemos el teatro, en el asombro de esos espectadores iniciales descubrimos qué cosa es en realidad el teatro, algo que se nos había olvidado.
Estoy convencido de que hacer teatro es como hacer pan, no el pan industrial del supermercado, sino el pan del hogar cálido, de hoy, de este día y que se hace para compartirlo porque pienso que el pan que hemos hecho en el hogar no debe ser ofrecido en la mesa de los altos, habiendo tantos con hambre… ¡el pan es para los que tienen hambre! y así es el teatro. 
-Entonces, ¿cómo hacer llegar este pan a los que tienen hambre?
Estamos afanados en hacerlo, formarlo, crear la comunidad hacedora y después en compartirlo y distribuirlo. Lo que yo he hecho en mi vida han sido múltiples y múltiples iniciativas y acciones para llevar el teatro a la sociedad que no lo ha tenido. 
 -¿Qué es lo más grande que le ha dado el teatro?
Vivo profundamente agradecido por el inmenso privilegio que se me ha dado en la vida de ser el espectador del espectáculo invisible que sucede en la mente de los actores. Participar en el milagro, en el prodigio de la gestación de la vida escénica que sucede cuando el actor es un creador y lo que hace es arte, es el mayor privilegio que uno pudiera desear alcanzar alguna vez. 
-La escritura también ha formado parte importante de su labor creativa, ya que ha escrito ensayos, poesía y obras de teatro, entre ellas, El espectáculo invisible. Paradojas sobre el arte de la actuación; Las ventajas de la Epiqueya y La séptima morada. ¿Qué razones lo motivaron a escribir?
Estoy convencido de que es falsa la división entre la reflexión, la teorización y la práctica del teatro. En un sentido estricto yo creo que quien no teoriza el teatro en realidad no hace teatro y quien no hace teatro, en realidad no lo teoriza. Al hacer teatro es necesario también teorizarlo. Yo soy un hacedor de teatro, no alguien que se haya propuesto escribir libros de teoría de teatro en un cubículo, mis reflexiones nacen del trabajo escénico, del sudor de la escena, pero su enigma me exige la reflexión.
Hay dos palabras que en la tradición enciclopédica se dividieron y son indivisibles: “teatro y teoría”. Si nos remitimos a su significado original, las dos son palabras griegas: “teatro” quiere decir mirador y “teoría” quiere decir contemplación. Entonces son dos palabras indivisibles porque se acude al mirador para contemplar y no se contempla en un cubículo, sino a través del mirador.
-¿Quiénes son sus autores favoritos? 
Muchos, pero mi libro de cabecera, del que no puedo desprenderme es La Biblia. Me gusta porque está viva y tiene siempre algo que decir. Además está ahí la suma de toda nuestra historia y de todos los dramas de la humanidad. También ahí está la esperanza.
-¿Cómo es su vida cotidiana? 
Es un poco monótona, pero muy intensa. Soy noctívago, trabajo intensamente durante la noche, me acuesto casi siempre sobre las cinco de la mañana, por lo tanto eso hace que me levante más tarde que el resto de mis conciudadanos. Sobre la media mañana dependiendo de qué día sea, atiendo los asuntos relacionados con las gestiones que hay que hacer con la Compañía Nacional de Teatro, específicamente con las cuestiones de la dirección, administrativas, las de programación o las juntas con el staff que está planeando y organizando las obras. 
Dos mañanas de la semana las dedico a dar clases. Por las tardes suelo ensayar mis obras y cuando no lo hago, suelo ir a los ensayos de puestas en escena que está montando la compañía. Por las noches muy frecuentemente se trata de acudir a las funciones de las obras que cada vez son más las que da la compañía, por ejemplo, ahora está dando funciones de cinco espectáculos en la semana, y después trato de ver a mi hijo pequeño y estar con mi mujer en casa. Como ellos se despiertan muy temprano porque mi hijo entra a la escuela, ellos se duermen y entonces yo me pongo a estudiar. 
Estudiar es una pasión para mí y cada vez me gusta más. Estudio para dar clases y para diseñar el proyecto artístico de la compañía. Llamó estudio también a la reflexión necesaria sobre lo que hacemos. Escucho música, que también es una acción muy importante en mi vida. Suelo escuchar alrededor de no menos de una hora de música diario porque es algo que me nutre, es una acción espiritual que se ha vuelto imprescindible en mi vida. 
Escucho lo que se llama o suelen decir, música clásica, pero son por épocas, ciertos universos de algún compositor o compositores y a veces una obra que escucho repetidamente en muchas versiones, por ejemplo, puedo pasar una temporada larga de semanas escuchando una sola Sinfonía de Bruckner, un Cuarteto de Beethoven o un Impromptus de Schubert, que escucho a profundidad o en muchas versiones de un mismo director u orquesta.
-¿Qué ha tenido que sacrificar por cumplir sus sueños? 
Esta es una vida dedicada al teatro, que es trabajo, pero que es también un enorme gozo porque haces lo que te alegra y a su vez deseas compartir con los demás. El teatro es la totalidad de mi vida, me dedico a ello en el pensamiento, en la preparación, en el estudio, en la lectura, en compartirlo con los demás y en el organizarlo. 
Uno no tiene vacaciones, no hay fines de semana. En la vida con la familia hay que abnegar mucho y hay que buscar el equilibrio para no desatender lo que se debe hacer, por lo que mi vida no es una parecida a la del común de las personas. Es una vida, no sé cómo podría definirla alguien que la ve desde fuera, pero absolutamente entregada al teatro.
-¿Cuál es, en este momento, el sueño de Luis de Tavira?
Que el teatro invada México y humanice a nuestra sociedad. Que el teatro sea elocuente y comunicador de esperanza porque es el arte que nos dice que las cosas pueden cambiar… que podemos cambiar.
Luis de Tavira nació en la ciudad de México el 1 de septiembre de 1948. Estudió letras clásicas y filosofía en el Instituto Libre de Literatura, Puente Grande, Jalisco y Arte dramático en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. 
Es ganador del Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Bellas Artes en 2006, también ha sido reconocido con el Premio a la Mejor Mise en Scene por Novedad de la patria en Canadá; Premio César a la Mejor Dirección por Live is a dream en Estados Unidos y los premios Juan Ruiz de Alarcón, Salvador Novo y Gran Premio de Honor.
Entre sus recientes montajes destacan: Los ejecutivos de Víctor Hugo Rascón Banda; Siete Puertas de Botho Strauss; Santa Juana de los Mataderos de Bertolt Brecht;  La dama Boba de Lope de Vega; El círculo de calsobre Der Kaukasische Kreidekreis de Bertolt Brecht y El jardín de los cerezos de Anton Chéjov.

Información: LCL

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