Creador de un estilo personal, Rufino Tamayo destacó del  resto de los artistas plásticos de su generación precisamente por eso, por imprimir su sello y no seguir la corriente que marcaba la época. Aunque también plasmó murales con la temática revolucionaria, como el que se encuentra en el Museo Nacional de las Culturas, se desligó de ese estilo para construir uno propio.
Rufino Tamayo nació en Tlaxiaco, Oaxaca el 25 de agosto de 1899 y murió en la Ciudad de México el 24 de junio de 1991. Rufino del Carmen Arellanes Tamayo, sufrió el abandono paterno a corta edad y su madre falleció cuando apenas contaba con 11 años, por lo que en homenaje a su progenitora pasó a ser únicamente Rufino Tamayo.
Tres investigadores coinciden en señalar que la obra de Rufino Tamayo es única, él participó en la consolidación del arte del México moderno; el manejo del color, las mixografías, la figura, son técnicas que nadie ha conseguido superar.Su obra se encuentra en colecciones de museos de todo el mundo y ha sido expuesta en recintos como The Philips Collection de Washington, DC y el Museo Guggenheim de Nueva York, Estados Unidos. Sus murales también decoran lugares como el edificio de la UNESCO en París.
En la Ciudad de México, el museo que tiene la colección más importante es el Museo de Arte Moderno en el Bosque de Chapultepec, mientras el que lleva su nombre, también en Chapultepec, resguarda arte contemporáneo.

Tamayo la figura más universal de la pintura moderna

Para Arturo Rodríguez Doring, artista visual e investigador del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas del Instituto Nacional de Bellas Artes, Rufino Tamayo, es sin duda, el principal exponente mexicano dentro del arte moderno –si entendemos el muralismo como un paréntesis, como un caso de excepción dentro de la modernidad en el arte–, definitivamente Tamayo es la figura más universal de la pintura moderna mexicana.
El investigador del Cenidiap, señala que debemos recordar que hubo un movimiento modernista en México que no tuvo la repercusión que debía, a causa del muralismo, ya que éste opacó a artistas extraordinarios como Carlos Mérida, Abraham Ángel, Manuel Rodríguez Lozano, que eran pintores modernos en el más amplio sentido y Tamayo, que es más joven viene a dar continuidad a estos primeros representantes.
Al salir desde muy joven del país, Tamayo desarrolla su estilo en Nueva York en los años veinte, por lo que el estilo más maduro que conocemos de Tamayo se gesta en el extranjero, aunque nunca dejó de visitar México y estuvo en contacto con artistas, escritores y músicos como Carlos Chávez, de quien fue gran amigo y ambos pugnaban por un modernismo local o sea con un rescate de la tradición que podríamos llamar “mexicana” y que no se basa únicamente en las culturas prehispánicas.
Lo que Tamayo insistía en hacer era trascender como un artista universal, aunque  la crítica extranjera lo ubicaba como un artista ultra mexicano por su acercamiento a las culturas prehispánicas, de las que toma elementos básicamente de la escultura, de la que logró reunir una gran colección de piezas.
En los años cincuenta vivió en París donde se integró plenamente al movimiento cultural de la posguerra y se puede afirmar que se encuentra a la par en todos los aspectos de los pintores más relevantes de Europa y de Estados Unidos que dominaron la escena artística en esa década.
A decir del investigador del Cenidiap, entre los artistas que podrían haber influenciado la obra de Rufino Tamayo se encuentra el pintor francés Jean Dubuffet, los pintores matéricos y muchas de las tendencias del modernismo temprano como el cubismo.
El mural del Hombre frente al universo que se encuentra en el Hotel Camino Real de Reforma, resume en muchos aspectos la obra del artista, la cosmogonía de Rufino Tamayo está perfectamente resumida en esta pintura, comenta Rodríguez Doring.
Su obra está ampliamente documentada, a lo largo de su vida realizó miles de pinturas, grabados, mixografías, litografías, se puede afirmar que de 1921 hasta su muerte existe registro de todo lo que hizo.
Arturo Rodríguez Doring realiza una investigación denominada El color en la pintura mexicana, por lo que Rufino Tamayo forma parte de este estudio. 
La promoción del arte mexicano a partir de la década de los cincuenta hasta la época actual, es quizá uno de los aportes más importantes del pintor, a juicio de Rodríguez Doring.
Rufino Tamayo y su obra fueron posiblemente el recurso diplomático más fuerte durante la época de consolidación del México moderno. Mientras que el muralismo representaba la barbarie de la Revolución, Tamayo, entre muchos otros, pero principalmente él, representaba el México moderno, industrial, estable, pacífico, que pretendían los gobiernos de Miguel Alemán en adelante, afirma Arturo Rodríguez Doring.

No hay nadie tan grande como Tamayo

Para la maestra Laura González Matute, quien fuera subdirectora del Museo de Arte Moderno, especialista en las Escuelas de Pintura al Aire Libre, su acercamiento con Rufino Tamayo es precisamente cuando ocupa ese cargo en el Museo de Arte Moderno y presenta una exposición conmemorativa con su obra. Entonces conoció su trascendencia, se dio cuenta de su grandeza y  descubrió otro universo.
Es uno de los pintores más grandes de la historia del arte mexicano del siglo XX, tomando en cuenta que nació en 1899 y murió en 1991, casi abarcó los 100 años del siglo XX, dice la maestra González Matute.
Durante el desarrollo del movimiento muralista, Tamayo, quien tiene una sensibilidad creativa y visión colorística que va más allá de lo común en el medio artístico, se suma a los grandes: Diego Rivera, Orozco, Siqueiros, Montenegro, pero al mismo tiempo empieza a crear algo diferente. 
Él más bien se identifica con el grupo de escritores denominado Los Contemporáneos, hombres muy brillantes con cultura muy amplia, que tienden a la poética, a la literatura europea, los poetas malditos, José Gorostiza, Xavier Villaurrutia, Salvador Novo, Gilberto Owen, Enrique González Rojo, verdaderos escritores, gente con mucho conocimiento, allí se inscribe Tamayo.
Mientras los muralistas están creando una apoteosis a la revolución, obra estática sin tanto colorido, Tamayo ya no está viendo lo que se hace en México, él está dirigiendo su mirada a Europa viendo lo que hace Cezanne, Picasso, le atrae Clem, Miró y de manera independiente va creando su universo y su camino que no es el de la escuela mexicana de pintura.
Los historiadores de arte, cuando hablan de Tamayo dicen que él se aleja de lo mexicano, pero sí es muy mexicano, sin ser algo tan obvio como pintar la bandera, soldaderas, revolución; él rescata esa esencia mexicanista que viene de las formaciones prehispánicas, hasta con su colorido –podríamos hablar de un rojo Teotihuacan–;  pero también lo popular, la feria, el papel de china, el mercado, le fascinaban esos puestos de frutas exóticas, eso lo nutre, es ese cosmos el que poco a poco va llevando a sus obras.
Es universal porque no se queda únicamente en México –y no hablamos de su presencia física, ya que vivió en nueva York, París, señala la maestra–,  su obra, su universo pictórico se va hacia Europa, adopta estilos pero con sello propio, aborda el cuadro abstracto, pero hay figuración en él, lo mismo hace con la geometría, sin llegar a ser cubista, hay formas donde incide, pero rebasa y aporta.
Él  toma elementos para darles su línea, tiene algo espléndido que es sentido del humor, encontramos personajes con calidad lúdica, es el hombre de la alegría, a nivel colorístico mantiene un muy buen equilibrio, donde un rojo y un amarillo, hacen contrastes, que uno al verlo encuentra una experiencia estética muy bien realizada.
Todo esto lo hace un pintor muy importante, porque en el caballete nos da abstracción, figuración, colorido, elegancia, alegría, pero también filosofía, de vida, muerte, cosmos, inicios, estrellas, pinta la luna, el sol, la noche el día antagonismos, otra parte muy importante son las alusiones a la música, él como guitarrista y buen cantante, plasma sus instrumentos musicales en murales, fiestas y rituales las lleva a la plástica.
Tamayo no habla únicamente de México, habla del hombre, del ser humano, está en contra de la guerra y la cuestiona, no es un hombre apolítico, pero sus manifestaciones en contra del imperialismo norteamericano, las hace en forma sutil y elocuente.
Todo eso es lo que hace diferente a Tamayo y logra que rebase a los otros pintores mexicanos. Es un genio de la pintura y del color. Logra trascender a nivel internacional, suma críticas positivas a su obra.
Otro de los aspectos que lo colocan como un gran ser humano, es la donación que hizo de su gran colección de obra europea y prehispánica que se encuentra en sus museos de la ciudad de México y de Oaxaca –su lugar de origen–, al que siempre le dio su lugar y a partir de allí se convirtió en despliegue de creatividad que hemos visto a través de los pintores que han seguido, como Toledo y eso tiene que ver mucho con Tamayo, afirma la maestra González Matute.
Y finaliza diciendo: “es un gigante de la pintura por eso ha logrado trascender. No hay nadie tan grande que se le compare. Fue un hombre nacido para pintar que reunió todas las cualidades”.

Tamayo combinó tradición y modernidad

Para la Historiadora del Arte, Nadia Ugalde Gómez, con maestría en arte mexicano y artistas del siglo XIX y primera mitad del XX, su encuentro con el maestro Rufino Tamayo en el Museo de Arte Moderno, es un acontecimiento que nunca olvidará.
Llegó en compañía de su esposa Olga para seleccionar obra que se enviaría a una exposición en Los Ángeles, refiere la maestra, y aunque se trató tan sólo de unas cuantas horas, la visita la impactó. “Él fue muy amable” –dice–, al recordar que corrieron a la tienda del museo  a comprar unos posters que les firmó y que desde luego conserva, a partir de allí empezó a interesarse más por su trabajo.
Para Nadia Ugalde, uno de los mayores logros artísticos de Tamayo es haber conseguido plasmar textura y volumen en un medio plano.Desde luego, destaca que supo encontrar su camino independientemente, alejado de los grandes muralistas, él siempre fue a la vanguardia, buscando lo más moderno en la pintura e hizo su camino alejado de los cánones que marcaba la escuela mexicana.
En la Academia de San Carlos, tuvo la fortuna de contar con maestros como  Saturninio Herrán, Germán Gedovius, Roberto Montenegro, así que aprendió el oficio en forma espectacular y aunque en un principio siguió la línea de la pintura figurativa y académica, poco a poco siguió su búsqueda de otros caminos en el arte.
Al viajar mucho entre Nueva York y Europa entra en contacto con las vanguardias europeas, expone con los grandes artistas del momento, pero siempre tuvo presente el arte prehispánico de nuestros ancestros, muy en su interior toda esta tradición de los pueblos autóctonos fluía en sus venas, dice la historiadora, quien añade, que posiblemente esa situación se arraigó, cuando en su juventud trabajó en el entonces  Museo de Arqueología, haciendo dibujos de esculturas y cerámica prehispánica, situación que seguramente le fomentó el amor hacia el arte prehispánico.
Entre sus logros destaca el haber sabido combinar tradición con modernidad y vanguardia europea, buscando la síntesis de la forma, dándole prioridad a la figura y forma, jugó con el color y descubrió contrastes como el “rosa Tamayo”, su paleta de colores es algo muy característico de él.
La forma de aplicar el pigmento sobre telas y soportes que hace que en sus obras se note la pincelada entre textura, color y forma, logrando el equilibrio entre estas tres cualidades, es un elemento también muy propio de su forma de trabajar.
En cuanto a los temas, supo unir la tradición mexicana, sin ser nacionalista o histórico, con aquellos que tenían que ver con el espíritu y el alma del ser humano.

Para la especialista en arte mexicano, aunque el muralismo no fue el fuerte de Rufino Tamayo, destacan los que pintó en el Palacio de Bellas Artes, el de la Secretaría de Relaciones Exteriores y los que pertenecen a la Colección de Carlos Slim; sin embargo ello prefiere su pintura de caballete, entre la que desde luego sobresale su serie de Sandías, ¡qué cosa tan hermosa!, exclama al evocarlas; y como grabador, sobresale su trabajo de mixografías. 
Nadia Ugalde dice que si le pidieran definir la obra de Tamayo, la resumiría en: color, espacio, tradición, pasión y contenido.

Vida íntima

Portando un gran ramo de flores que depositó en el nicho donde se encuentran los restos de Olga y Rufino, en el Museo Tamayo. Arte Contemporáneo, a unos días de celebrarse el que sería el aniversario 114 de su nacimiento,  su sobrina María Elena Bermúdez Flores, afirma: de Tamayo podemos decir mucho más. Hay que ver más allá de la pintura , era un hombre sencillo, atento, educado, sumamente sensible, muy observador de los demás artistas, observador  del ser humano, siempre le gustaba la igualdad entre los hombres, era bromista y tenía sentido del humor pero para sus cosas era sumamente serio y formal, rememora su sobrina María Elena Bermúdez.
Estudioso de geometría analítica, apasionado de la astronomía, siempre le interesó conocer más al hombre tanto en su forma como en su pensamiento; siempre se le veía con sus libros estudiando en sus ratos libros. La política tampoco le era ajena.
Aunque en el Registro Civil de Oaxaca se asienta que Rufino Tamayo nació el 25 de agosto de 1899, él acostumbraba celebrar su cumpleaños el día 26 de agosto, por lo que su sobrina señala que para ella será hasta el lunes su aniversario; incluso posee un acta de nacimiento donde se registra tal fecha y así lo asentó en su libro “Los Tamayo: un cuadro de familia”, que le llevó 16 años de recopilaciones y sobre todo de recuerdos para llevar al papel.Sus primeros recuerdos los remonta a Avenida Chapultepec 515-B, 4º piso, “la primera visión que tengo de mi tío Rufino es en la sala de ese departamento pintando, siempre muy atento a lo que estaba haciendo. Me impresionaba lo cuidadoso que era con su material y lo respetuoso que era con los demás; una vez que terminaba, pasabas por la sala y todo estaba limpio, no quedaba rastro de que hubiera estado allí”.
Desde que tenía cuatro o cinco años, comprendí que mi tío era famoso, que vivía en Nueva York y sabíamos de él por las cartas que enviaba mi ti Olga a mi mamá Débora, ellas eran muy unidas y cuando estaban en México llegaban a nuestro departamento.
Era como un niño chiquito, cuando regresaban de un viaje, él gozaba más al dar el regalo a cada uno de mis hermanos, incluyéndome, que nosotros en recibirlo, él se ponía más contento, también pensaba en su gente de servicio, siempre traía algo que había elegido personalmente.
María Elena Bermúdez recuerda que “desde las primeras exposiciones de mi tío fueron un éxito, me llamaba la atención la forma en que se arreglaban, siempre muy elegantes. Me fascinaba escucharlo, tenía una gran profundidad de pensamiento, Olga le decía: Rufino hablas muy bien”.
Yo soy una persona muy inquieta –señala– siempre estoy inventando alguna cosa, seguramente porque lo respiré. A mi tía Olga siempre le tocaba organizar todo, asesorar para algún libro, una exposición, revisar las cédulas, fijar precios a los cuadros, rotular invitaciones; como no existían las agencias de mensajería, le ponía muy nerviosa la forma de trabajo del Correo, siempre estaba hablando por teléfono, todo era una efervescencia que contagiaba. “Viví intensamente, aprendiendo una serie de cosas que aún sigo practicando”.
Otro de los aspectos que resalta de los Tamayo, fue su generosidad, a partir de que tuvieron dinero no hicieron otra cosa que ayudar, los Museos, asilos, a la Cruz Roja, otorgaron becas a estudiantes, el Instituto de Nutrición, de Cancerología, Comité Pro ciegos, personas desamparadas, artistas, al Instituto de Protección a los animales, se sentían tan agradecidos con la vida que siempre estaban viendo a quien ayudaban; desde luego que estaban al pendiente de las necesidades de la gente que estaba a su servicio.
Al preguntarle si sabía de dónde tomaba la inspiración Rufino Tamayo, responde, un día le dije: “oye tío, dime, cuando tú te paras frente a tu caballete y ya tienes tu bastidor con tu tela, ya sabes lo que vas a pintar? Y  le respondió que no, que comenzaba a dar algunos trazos, que para él también era una sensación especial, divertida e interesante descubrir cómo se iban formando algunas imágenes que venían a su imaginación. 
Desde luego, aclara su sobrina, si se trataba de un mural, hacia los bocetos que fueran necesarios, todo lo planeaba muy bien, medía las proporciones, “cuando alguien duda del talento y capacidad del maestro Tamayo que se paren frente a esos murales y miren si es o no es arte, si eso no es tener talento”.
Refirió que ella y sus hermanos fueron muy afortunados, ya que después de morir su tía Olga, como su madre también ya había fallecido, ella y sus hermanos fueron los herederos directos del legado Tamayo, “no había gran cantidad de dinero, pero sí de obras”.
Desde 1943 varios museos ya se interesaban por su obra y la compraban, hubo un galerista de Los Ángeles, California, que compró cerca de 90 piezas.
Manifiesta que para ella, su favorito es el cuadro denominado Los agaves, que Olga y Rufino dieron a sus padres –Vicente y Débora– como regalo de bodas, es un cuadro pequeñito de 52 x 13 centímetros, de 1928 que nunca ha estado expuesto. Además del retrato que le pintó tres años antes de morir –1982– y que exhibe en la sala de su casa, donde él quería que estuviera.
Comenta que los últimos años de la vida de Rufino Tamayo fueron muy amargos y tristes, ya que después de la intervención de corazón a la que fue sometido, sufría mucho, no sólo él, sino toda la familia. Cuando lo hicieron miembro del Colegio de México, ya casi no podía caminar ni hablar, hizo un gran esfuerzo por asistir.
En la actualidad su hermana, María Eugenia es representante de los derechos de autor; Rosa María, acude a las exposiciones con obra del maestro al lugar que sea, además de estar pendiente de los asilos y ser secretaria de la Fundación.
Rufino Tamayo en total produjo 1,300 óleos, entre los que se encuentran los veinte que pintó de su esposa Olga, 452 obras gráficas, 358 dibujos, 21 murales, 20 esculturas y un vitral.

Información: OZA

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