“Supe que me llamaba Juan José hasta la edad de 18 años, porque todos en Zapotlán me llamaban Juan, Juan Arreola, incluso el propio Juan Rulfo recordaba que de niño tenía un compañerito en la escuela que se llamaba como yo, pero le faltaba el José. Fue mi madre quien me puso Juan José y mi padre también, aunque él quería más que yo fuera sólo Juan como su abuelo, el fundador de nuestra familia, don Juan Arreola, que fue por 30 años alcalde del municipio de Zapotlán. Entonces fue hasta que fui a sacar mi acta de nacimiento que me enteré de mi verdadero nombre”.

Así lo recordaba Juan José Arreola en una entrevista realizada en los años ochenta del siglo XX, en la que daba cuenta de sus vivencias en Jalisco y posterior formación en la ciudad de México.

Este 21 de septiembre se cumple el 95 aniversario del natalicio del  escritor mexicano nacido en Zapotlán el Grande, Jalisco, y quien fue conocido por toda una generación como uno de los escritores más indefinibles y apasionantes de la cultura mexicana.

Juan José Arreola confesaba que nunca terminó la educación primaria, pero así cómo aprendió el francés con sólo ver películas, así también adquirió fuera de los salones de clase una asombrosa cultura literaria, a la par de desempeñar los más singulares oficios: vendedor de tepache, criador fracasado de gallinas, vendedor de zapatos, recitador de cuentos en plazas públicas, y más adelante, profesor de francés, traductor, impresor y corrector de pruebas en el Fondo de Cultura Económica.

De acuerdo con especialistas como Antonio Alatorre, la obra publicada de Juan José Arreola no es muy extensa, pero la experiencia que nos comunica es extraordinariamente variada, por estar colmada de símbolos poéticos mediante los cuales nos transmite su universo personal. Unas veces serán animales: topos, sapos, insectos, arañas y conejos, los animales mayores de su Bestiario. Otras tantas serán figuras históricas o semihistóricas como Baltasar Gerard o Nabónides.

“La prosa de Arreola es en realidad una prueba palpable de que en la creación literaria bien lograda no existe la socorrida distinción de fondo y forma. Si sus cuentos consiguen trascender el momento presente y mantener su misma frescura al ser leídos por las generaciones venideras, se debe, no a cierta fantasmal galanura de estilo o de belleza de lenguaje, sino a su redondez total, a su precisión ya la conformidad admirable de intuición y expresión de vida".

Emmanuel Carballo recuerda que conoció a Juan José Arreola primero como escritor, luego como persona, aunque ya lo admiraba desde el principio por sus dos libros publicados, Varía invención (1949) y  Confabulario (1952).

“Admiré primero la manera como armaba pacientemente sus cuentos, infundía vida a sus criaturas y echaba a andar las anécdotas mediante un estilo riguroso y exacto que se acercaba peligrosamente a la perfección.”

Emmanuel Carballo confesó que la gracia, el humor, la ternura y la inteligencia que encontró en los textos de Juan José Arreola lo hicieron creer que los narradores mexicanos de esos años se reservaban sorpresas similares.

“Me sorprendieron poco después sólo tres autores, uno cuatro años mayor que él, José Revueltas, otro casi de su misma edad, Juan Rulfo y Carlos Fuentes, 10 años menor. A Juan José lo conocí en Guadalajara en 1953 y reconocí en él al autor de sus cuentos. Se conducía como sus criaturas, hablaba como ellas, no distinguía entre la imaginación y la realidad. Lo aquejaban problemas en apariencia pequeños, las carreras de automóviles y bicicletas, el ping pong, el ajedrez, las erratas en los libros leídos, la lentitud con que maduran ciertos quesos y la rapidez con que se marchitan ciertas mujeres”.

En una carta enviada por Julio Cortázar a Juan José Arreola le confiesa su alegría al leer esos cuentos y algunas de sus obras, las cuales, decía, necesitaban de un tiempo para hacerlas madurar en la sensibilidad del que las lee.

“Me parece que lo mejor de Confabulario y de Varia invención nace de que usted posee lo que Rimbaud  llamaba le lieu et la formule, la manera de agarrar al toro por los cuernos y no por la cola como tantos otros que fatigan las imprentas de este mundo. Vuelvo a sentirme seguro de que usted y yo no estamos equivocados en el enfoque del cuento que hemos elegido y por el cual seguimos andando. Los franceses, por ejemplo, se equivocan de medio a medio en su tratamiento del cuento, juegan al fútbol en vez de torear, someten la materia narrativa a una serie devoluciones y combinaciones complejas a largo plazo, es decir, aplican la técnica privativa de la novela porque no ven que el cuento es una cuestión del lenguaje formando el cuerpo con el relato y entonces escriben sus cuentos exactamente con el mismo lenguaje de la novela. Yo le seguiré mandando lo que publique, que será poco, porque en Argentina las posibilidades editoriales están cada día peor. Usted mándeme también sus cosas. Mi mujer, que ha leído sus cuentos con la misma alegría que yo, se une a mí en el gran abrazo que le enviamos”, expresaba Julio Cortázar.

El escritor Hugo Gutiérrez Vega considera que la novela La Feria, de Juan José Arreola, es uno de los textos narrativos más importantes de innovadores del siglo XX literario y asegura que Arreola parte del amor por su tierra para encomiar sus paisajes y gentes, hacer la crítica de las costumbres, contar su historia y recorrer de nuevo los vericuetos de la infancia, lleno de pequeñas glorias y de largas sombras.

“Es claro que La Feria tiene, además del abuelo del autor, muchos narradores y que es el pueblo entero el que cuenta la historia. Por eso Pedro Bernardino, el anciano comunero, va adquiriendo una importancia creciente. Lo mismo sucede con los miembros de la comunidad indígena que pelean por sus tierras contra los grandes hacendados, quienes a su vez ponen al patrón del pueblo San José en un predicamento: o los ricos o los pobres, y le advierten que son los ricos los que financian los enormes gastos producidos por las fiestas patronales. Estas luchas recorren todo el libro y son, junto con la hermosa descripción de los ritos y trabajos agrícolas, las tareas del amor, la furia de la naturaleza y las bellas labores artesanales, otra columna vertebral de esta gran novela".

Adolfo Castañón confiesa que la primera imagen que tuvo cuando conoció a Juan José Arreola fue la de un duende apresurado que atravesaba los patios de la Facultad de Filosofía y Letras con una elegante capa oscura de paño que flotaba tras de él como la sombra de un ave inquieta.

“Se acepta que era un hombre apasionado, pero en cuanto uno se preguntaba qué pasión lo atravesaba empezaban las vacilaciones, lo atraían las fábulas de la pasión, pero esos pequeños infiernos no eran nada en relación con el volcán que lo devoraba, esa insaciable sed de encarnación y metamorfosis, esa ubicua pasión por la pasión resuelta en la pasión de contar y dejarse contar por el texto que lo habitaba. Imagino a Arreola como a uno de esos sacerdotes de la antigua religión griega que conocían el secreto de hacer coincidir los engranajes de la vocación, que sabían abrir la caja fuerte del misterio y ser Prometeo cada vez que lo llamaban… o ser Acteón a cada tropezar con Diana".

En 1985 en el homenaje que le rindieron diversos escritores en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, Salvador Elizondo afirmó que Juan José Arreola no podría ser nunca calificado como un retórico y sí como uno de los escritores más importantes de nuestro tiempo.

Su obra es como un acto de magia misericordiosa, un acto de caridad dirigido a los humillados y ofendidos del escrito literario. Dicen que Cervantes y Goethe tuvieron también el secreto de esa alquimia que encuentra el oro en el texto.

Pero sin duda uno de los mayores homenajes que recibió en vida Juan José Arreola fue el prólogo escrito por Jorge Luis Borges para la edición de Confabulario, de la colección Tezontle, del Fondo de Cultura Económica, en el que afirmó:

“Creo descreer del libre albedrío, pero si me obligaran a cifrar a Juan José Arreola en una sola palabra que no fuera su propio nombre, esa palabra estoy seguro sería libertad. Libertad de una ilimitada imaginación regida por una lúcida inteligencia. Desdeñoso de las circunstancias históricas, geográficas y políticas, Juan José Arreola, en una época de recelosos nacionalismos, fija su mirada en el universo en sus posibilidades fantásticas. Que yo sepa, Juan José Arreola no trabaja en función de una causa y no se ha afiliado a ninguno de los pequeños ismos que parecen fascinar a las cátedras y los historiadores de la literatura. Deja fluir su imaginación para deleite suyo y para deleite de todos”, concluía el autor de El Aleph, sobre Juan José Arreola.

Información: HBL

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